El presidente Raúl Alfonsín durante las negociaciones del Tratado de Paz y Amistad con Chile, 1984. Fuente: alfonsin.org – Fondo Documental Familia Alfonsín
Todavía hoy pueden verse en las paredes del Palacio de la Moneda los agujeros de las balas que terminaron simultáneamente con la vida del presidente Salvador Allende y con el faro democrático de los ’70 en América Latina: la democracia chilena. A propósito de que se cumplieron 50 años del golpe de Pinochet, escribí en Clarín sobre lo que significó ese hito violento para América Latina y sobre cómo operó Raúl Alfonsin para recuperar la democracia en Chile y en toda la región. Transcribo a continuación la nota.
Gabriel García Márquez dio en el clavo cuando expresó que “El drama ocurrió en Chile, para mal de los chilenos, pero ha de pasar a la historia como algo que nos sucedió sin remedio a todos los hombres de este tiempo, que se quedó en nuestras vidas para siempre.”
Es que Chile había logrado hacer del respeto a la Constitución y las leyes un hábito saludable, algo que lo distinguió durante varias décadas de la mayoría de los países de América Latina, incluyendo a la Argentina.
Medio siglo atrás en nuestro continente se desplegaba la lucha de poder Este-Oeste. A Estados Unidos le molestaba el caso chileno. Quería evitar a toda costa que gobiernos de izquierda pudieran gestar una experiencia exitosa de transición pacífica al socialismo con potenciales efectos demostrativos para el resto del hemisferio e, incluso, para Francia e Italia- países que juntó con Chile contaban con los más poderosos e influyentes partidos comunistas de Occidente. Así, bajo el gobierno de Richard Nixon, a Estados Unidos le cerraba la idea de que un gobierno juzgado como peligroso, desde su visión de seguridad hemisférica, fuera sustituido por otro declaradamente anticomunista.
Entonces, con la complicidad de Estados Unidos, Pinochet llegó para quedarse. La violencia que caracterizó su desembarco se perpetuó en 17 largos años de dictadura sangrienta.
La llegada de Raúl Alfonsín a La Rosada, en 1983, significó un giro brusco en la relación con La Moneda, aún tomada por Pinochet. Una década después de la destitución y muerte violenta de Salvador Allende, la llama de la democracia se volvió a encender en la región, esta vez en Argentina.
Fui invitado a participar en el ciclo Democracia Siempre de Radio Nacional. Dialogué con Any Ventura sobre los 40 años de la democracia y el papel del radicalismo en tres momentos clave: en el ’83, la recuperación definitiva de la democracia en Argentina; luego, el primer pase pacífico e institucional de mando entre presidentes de distinto signo político en un siglo; más recientemente, la conformación de una coalición elegida por el pueblo para gobernar que, no siendo peronista, pudo concluir su mandato, lo que no ocurría desde 1928.
¿Cómo era tu vida durante la dictadura?
Sobrevivía a la Argentina, sufriendo la pérdida de amigos y compañeros de la secundaria. Inmerso en la vida política en el clima opresivo de esa época, así y todo pude estudiar, recibirme y trabajar, siempre comprometido con la Unión Cívica Radical en la búsqueda de construir un modo de vida que permitiera la convivencia pacífica entre los argentinos.
Algo que desde el ‘76 al ‘82 parecía poco probable…
Bueno, no solo en ese periodo sino desde antes. La aceptación de la violencia como método de acción política estaba muy extendida en vastos sectores sociales.
¿Estamos hablando de la guerrilla?
De la guerrilla y de los que no practicaban la guerrilla.
¿O sea las tres A?
Había quienes creían que -parafraseando a Mao- el poder nace de la boca del fusil y que la lucha armada era la única opción. Había otros que, también concibiendo la violencia como método para resolver los conflictos, recurrían a golpes de Estado o echaban mano a grupos paramilitares, como las tres A que mencionaste. Entonces en Argentina había quienes para combatir al demonio usaron las armas del demonio y eso terminó en un infierno, esa orgía de violencia, esa ordalía de sangre, ese todos contra todos que fue la desgracia de nuestro país.
En el mundo había también una especie de militancia de la violencia de sectores armados contra los poderes establecidos, tengo la sensación de que no era solamente en la Argentina.
Sí, existía la Doctrina de la seguridad nacional a través de la cual las fuerzas armadas creían ser gendarmes de su propio territorio y se sentían convocadas a librar una “guerra santa” contra el comunismo. Eso hizo que América Latina durante la Guerra Fría fuera la zona de trabajo prácticos de los dos polos: la Unión Soviética y los Estados Unidos. En particular, América Latina recibió el influjo de la influencia la acción directa de grupos guerrilleros entrenados en Cuba; hay que decir las cosas como son: grupos guerrilleros que usaba Cuba para encontrar un mecanismo de desviar la atención de los Estados Unidos sobre el territorio cubano.
Desde antes del ’76, la violencia como método de acción política resultaba aceptable para vastos sectores sociales; algunos se involucraban en la lucha armada mientras otros recurrían a golpes de Estado o echaban mano a grupos paramilitares. El radicalismo, en cambio, siempre basó su pensamiento en las instituciones e impulsó los procedimientos convenidos de antemano para dirimir las controversias.
¿Cómo fue el momento en que convivían los dirigentes radicales Balbín, Alfonsín y De la Rúa? Porque a Balbín le costaba ganar elecciones, después apareció Alfonsín como un halo de frescura y ganó las internas. ¿Cómo se dirimía el tema?
En el radicalismo teníamos sectores más transformadores y progresistas, y sectores más del status quo, llamémoslo así. Lo que nunca tuvimos fueron fascistas ni nadie que pretendiera saldar las diferencias desde un Falcón verde. Entonces en ese momento del radicalismo, con esos distintos actores que vos bien señalas, teníamos un atributo, a mi juicio positivo, que nos diferenciaba de otros actores políticos: disponer de las instituciones, de los procedimientos convenidos de antemano para dirimir las controversias. En el radicalismo no todos pensamos igual -y enhorabuena que así sea- pero las diferencias se resuelven en una elección interna donde votan los afiliados y las líneas programáticas se establecen en una Convención Nacional donde están representadas todas las provincias. Cuando se tiene ese tipo de instituciones, el conflicto que existe en la política y en toda sociedad, se encauza y eso es algo imprescindible en la vida política; cuando no hay eso está el dedazo o está la arbitrariedad.
¿Estás diciendo que (en el radicalismo) no hay verticalismo como en el peronismo y que de alguna manera son más prolijos frente a las instituciones?
Definitivamente. También creo que existe una asociación positiva, una relación directa, una asociación causa efecto entre la fortaleza de las instituciones y los resultados socioeconómicos. Hay evidencia empírica que muestra que las instituciones son más determinantes para explicar la evolución de los asuntos económicos que la propia dotación de recursos naturales. A veces se habla del formalismo de las instituciones, no digo que sea tu caso, pero he escuchado tantas veces “la partidocracia liberal”, o aquella otra frasecita, “la sinarquía internacional”. Lo que se busca con esas etiquetas es negar, subestimar el valor y la importancia de las instituciones, que son decisivas, no solo para la convivencia pacífica como hablábamos hace un minuto, sino también para habilitar el progreso social.
Ahora también me gusta decirte que para llegar a todo eso necesitan votos, con todo respeto dicho, y no no siempre el pueblo o la mayoría entiende este mensaje…
Vuelvo sobre el vínculo entre los resultados socioeconómicos y las instituciones. Tiene que haber un orden político en una sociedad, ese orden político tiene necesariamente un pilar democrático, en el sentido de que existe una sola fuente legítima de poder que es la soberanía popular libremente expresada en elecciones libres y verificables; pero no alcanza, hace falta en ese orden político un pilar de naturaleza liberal que garantice los derechos individuales y en particular los de las minorías. Pero eso no alcanza tampoco. Además de esos pilares democrático y liberal, también hace falta un pilar republicano donde la independencia de los poderes, el control recíproco, la rendición de cuentas esté en el centro de las preocupaciones de ese orden político.
La Constitución del ’94 es un resultado político extraordinario de vitalidad de la sociedad democrática argentina. No solo porque fue votada unánimemente, sin perdedores y ganadores como en las anteriores oportunidades, sino porque significó un gran avance; se limitó el presidencialismo y se consagró un conjunto de derechos humanos fundamentales, en especial para las minorías.
Hablemos del gobierno de Alfonsín, una primavera democrática que empezó con mucha ilusión. Luego fue el juicio a las juntas, que todos aplaudimos o por lo menos un sector importante de la sociedad aplaudió. Pero también hubo un proyecto económico que, al final del gobierno de Alfonsín, te tuvo a vos de protagonista con un acto heroico, el de aceptar ser Ministro de Economía. No me olvido de la frase de Pugliese, “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. ¿Qué pasó en esta primavera democrática maravillosa que vivimos con Alfonsín que el plan económico no funcionó?
Primero me gustaría que nos situemos en el momento. En el año ’83, la Argentina era una isla democrática en un océano latinoamericano de autoritarismos y dictaduras. Estratégicamente, Alfonsín sabía que la democracia en Argentina sólo se consolidaría si había democracia en el resto del continente. Entre sus preocupaciones estaba, preponderantemente, cómo podía producir ese cambio regional. Hizo un esfuerzo extraordinario, que tuvo resultados: un año más tarde llegó la democracia en Uruguay, un poco después en Brasil, en el ‘89 en Paraguay y finalmente en Chile. En ese contexto dramático de dictadura que rodeaba la democracia argentina, no hay que olvidar otro dato: casi nos fuimos a la guerra con Chile, un país con el cual tenemos 5000 km de frontera y demencialmente casi vamos a un conflicto armado. Y fíjate que la Argentina se negaba a aceptar un laudo arbitral a pesar de que veníamos de una guerra perdida con una potencia de la OTAN un año antes. También la Argentina tenía que sobrellevar la situación del terrorismo de Estado y la represión ilegal, todo muy reciente. Habíamos incorporado al lenguaje universal una palabra: desaparecido. En términos económicos, la Argentina estaba en default, los intereses de la deuda externa eran superiores a los que Alemania se vio obligada a pagar tras el Tratado de Versalles y eso terminó en lo que sabemos: la Segunda Guerra Mundial y el holocausto. En términos económicos, te digo para que tengamos una idea el déficit fiscal del último trimestre del año ‘83, era de 15% del PBI y hoy nos esforzamos para que sea 2%. Lo que quiero señalarte es que las condiciones internacionales, económicas, políticas, sociales de la Argentina del momento, eran de una gravedad extraordinaria.
¿Cuál fue el rol de Caputo con los empresarios porque sentí en algún momento que a lo mejor le daban un golpe de Estado económico a Alfonsín. ¿Lo sentiste así?
Esa democracia que de arranque tuvo condiciones tan desfavorables como las que mencioné recién, tuvo que sobrellevar además 13 paros generales. Además de eso, tres intentos de golpe de Estado. Además de eso, un ataque guerrillero a un cuartel militar. La Argentina de ese momento debía afrontar casi a diario amenazas de retroceso y regresión. Hay una circunstancia muy importante, que tiene que ver con nuestro primer tema de conversación, y es que la Argentina dio vuelta la página de la violencia como método de acción política.
¿Qué pensaste del pacto de Olivos?
Te voy a contestar así: la Constitución del año ’94 es un resultado político extraordinario de vitalidad de la sociedad democrática argentina por varias razones. Para empezar, es la primera vez que en nuestro país una constitución es aprobada y consentida de manera unánime por todos los actores. Hasta ese momento las constituciones tenían un triunfador y un derrotado, poco menos que aplastado, y así no se construye un país. Además, esa Constitución redujo el énfasis presidencialista que tenía hasta ese momento la Nación Argentina, generó condiciones de equilibrio -por ejemplo, al consagrar la elección directa del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires cuando antes el Presidente designaba a un intendente por decreto. Introdujo el Consejo de la Magistratura para poner límites a la facultad del Poder Ejecutivo y designar jueces; estableció mayorías especiales para votar cargos muy importantes, como los jueces de la Corte Suprema. Estoy señalando aspectos que tienen que ver con límites al presidencialismo, pero al mismo tiempo logró consagrar derechos que antes no estaban previstos, incorporamos los tratados internacionales sobre derechos humanos y derechos sociales, le dio rango constitucional a la causa de Malvinas… en fin, francamente creo que ha sido un avance fundamental para la Nación Argentina.
En América Latina hay solo tres democracias plenas, que son Uruguay, Chile y Costa Rica. No es casual que esos tres países sean también los que detentan los mejores indicadores socioeconómicos en la región. Hay una relación de causalidad entre la calidad institucional y los resultados socioeconómicos.
Avanzó la democracia y Alfonsín le entregó la banda presidencial a Menem, que luego fue reelegido. ¿Fue el radicalismo un cuidador, un veedor de la democracia en la Argentina porque es el partido que ha sido como el garante de un sector democrático importante?
Lo razono con los tres pilares del trípode democracia, liberalismo y republicanismo. Desde esa perspectiva sistémica, integral y holística te diría que sí, que el radicalismo expresa esa vocación.
Dos cosas tengo para criticar al radicalismo: la primera, espanta a las mujeres; y la segunda, cada vez que hay una foto de radicales son todos señores con corbata. Es como la CGT cuando se sientan los gordos o los flacos del radicalismo. No hay ninguna señora.
La historia te da la razón; el presente no. El radicalismo es el primer partido de la Argentina que consagró la paridad en todos sus cuerpos orgánicos.
La tiene que llevar a la práctica.
¡Está funcionando! Hay paridad en la mesa directiva del Comité Nacional y en la mesa directiva de la Convención Nacional. La presidencia de la Juventud Radical la ocupa una mujer, la presidencia de la FUA la ocupa una mujer. En el bloque de Diputados Nacionales hay paridad de autoridades. Insisto: la historia te da la razón, el presente no.
¿Qué hace la Unión Cívica Radical con el PRO?
Antes hablé de la asociación positiva entre las instituciones y los resultados socioeconómicos. Te voy a dar un ejemplo que va a justificar mi respuesta. En América Latina hay solo tres democracias plenas, que son Uruguay, Chile y Costa Rica.
¿Brasil no?
No y México tampoco. Más aún, la regresión que significó Bolsonaro consolida la debilidad democrática de Brasil. Los resultados económicos y sociales en esos tres países que te señalé -Uruguay, Chile y Costa Rica- están muy vinculados a su solidez institucional. En esos tres países hay menores niveles de corrupción que en el resto de América Latina. También esos tres países tienen más crecimiento económico, mejor distribución del ingreso, mayor reducción de la pobreza y también obtuvieron mejores resultados en términos del manejo del COVID. Dicho esto, voy a tu pregunta. La necesidad de fortalecer las instituciones llevó en la Convención Radical a encontrar puntos de coincidencia con otros actores políticos que tuvieran eso en el centro de sus preocupaciones. Porque en el año 2015 la posibilidad de que se consagrara la hegemonía luego de tres gobiernos consecutivos de un partido político que desafortunadamente en mi convicción no consolidaba esa idea de democracia, liberalismo y república, llevo al radicalismo a tomar esa decisión. Del mismo modo que en su momento la decisión orgánica del radicalismo habilitó a Alfonsín a entregarle la banda presidencial a un presidente electo por otro partido político por primera vez en el siglo, la gestión de la coalición Juntos por el Cambio permitió que por primera vez desde 1928 -casi 100 años- un presidente no peronista elegido por el pueblo concluya su mandato. Vivimos en una era de coaliciones políticas donde hay partidos que se coaligan, no pensando en si actuaron de igual manera en el pasado, sino que se comprometen a un programa de futuro. ¿Eso pasó en Argentina? Sí, ¿pero es el único lugar en el mundo que sucedió? No. En Alemania convivieron la democracia cristiana de Merkel con el partido socialdemócrata, con los verdes. En Uruguay o en Chile tenés los casos del Frente Amplio o la Concertación Democrática; en Chile convive la democracia cristiana que tuvo que ver con el golpe a Allende con el partido socialista que era el partido de Allende, más aún, con el partido comunista. Esto pasa y no hay planteos de tipo agnóstico versus creyente, de si hay que ir a comulgar a misa o no porque somos todos parte de una misma fuerza política. Entonces en esta era de coaliciones, se establecen coincidencias no con relación al pasado sino con relación al futuro, y eso fue lo que mejoró la calidad institucional para que un presidente no peronista pudiera ser electo y concluir su mandato.
¿A qué cinco personas pondrías como adalides de la democracia en un cuadrito de honor?
Pondría a tres personas radicales: Alfonsín, Illia y Alvear; y pondría también a dos personas no radicales Alicia Moreau de Justo y Eva Perón.
En una larga charla con Luis Novaresio en LN+, tuve la oportunidad de conversar sobre las múltiples y complejas capas políticas, económicas y sociales que caracterizan a la Argentina en este año de la décima elección presidencial desde la recuperación de la democracia cuatro décadas atrás. Reproduzco una selección sintética del diálogo a continuación.
¿Me explicás el momento que estamos viviendo?
Es muy difícil, muy complejo, muy desafiante y muy angustiante para mucha gente. Creo que se debe a la combinación de dos dimensiones: la debilidad política del gobierno y los desequilibrios económicos. Estas dos dimensiones, que ya son negativas, se retroalimentan la una a la otra y aumentan el problema. La debilidad política del gobierno genera incertidumbre, la que a su vez afecta negativamente las variables económicas. La evolución negativa de la economía repercute y amplía las problemas políticos del oficialismo. Esta combinación introduce algo muy preocupante que es la incertidumbre. El capitalismo está acostumbrado a vivir con el riesgo…
Eso es el capitalismo.
El riesgo es innato y congénito con el capitalismo. El riesgo se pondera, se valora, se costea, se le imputa un precio. La incertidumbre, en cambio, es simplemente no saber qué va a pasar. Son cosas muy distintas. La incertidumbre es veneno para el capitalismo, para los actores económicos, para los consumidores, para los productores, para los usuarios, para los agentes económicos.
Te debe pasar cuando te reconocen, como ex ministro de economía de Alfonsín y lo que significó su gobierno en aquel momento de enamoramiento de la democracia, que te preguntan “¿Llegamos?”
La autorización legislativa para el endeudamiento con el FMI -resultado del Acuerdo de Facilidades Extendidas por un monto equivalente a la deuda con el organismo, más el adicional de 4000 millones de dólares para “financiar el déficit fiscal primario”- permitió eludir, al menos en el muy corto plazo, las dramáticas consecuencias de incurrir en atrasos con la institución multilateral.
Con la sanción del Congreso termina una etapa, que se extendió por más de dos años, signada por la “cronoterapia”: la ilusoria espera que el mero paso del tiempo resolviera las insalvables contradicciones internas del consorcio oficialista.
Hasta el tratamiento de esta ley en el Congreso, el extravagante dispositivo de poder del oficialismo impidió, por ejemplo, la consideración por parte del Senado de las nominaciones presidenciales para sus cargos del Procurador General, del Presidente del Banco Central y de la Directora de la Agencia Federal de Inteligencia.
Estuve en LaNación+ conversando con Luciana Vázquez sobre la realidad política de este período entre las PASO y las elecciones nacionales. Los temas centrales fueron los resultados de las elecciones provinciales en Mendoza, sumados a otros dos datos clave de ese fin de semana, y mi visión sobre los enormes problemas que arrastra la Argentina por la imposición del populismo político y el facilismo económico.
Mendoza, la calle y los estudiantes
Fue muy importante el triunfo en Mendoza, donde se impuso la coalición que integra la UCR desde hace casi cuatro años. El gobernador electo, el Dr. Rodolfo Suárez, pertenece a la UCR y expresa tanto la posición del radicalismo como la de Juntos por el Cambio. El triunfo refleja el reconocimiento a la buena administración del gobernador actual, Alfredo Cornejo, y a su sucesor, Rodolfo Suárez, cuya gestión como intendente de la Ciudad de Mendoza y como presidente del comité radical de su provincia fueron refrendadas en el 50% de votos que lo ungieron gobernador.
Pasaron algunas cosas más este fin de semana pasado, además del extraordinario triunfo en Mendoza.