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Para Vencer, Convencer

“Si la confianza en las instituciones desaparece, nuestra civilización se vendrá abajo.” Yuval Noah Harari

A mediados de los años setenta, al tiempo que nuestra sociedad vivía en el paroxismo de la violencia política, se agotó el patrón productivo que nos distinguió por décadas -la industrialización sustitutiva de importaciones-, esquema que no fue reemplazado por otro mejor y más sostenible, tanto en términos económicos como sociales.

El deterioro se ilustra en un reciente estudio del Real Instituto Elcano, publicado en ocasión del inicio de la presidencia española de la Unión Europea, que registra el pobre desempeño de la economía argentina en el periodo 2000-2023. Sus principales datos son:

  • 10 años de crecimiento negativo
  • 16 años de inflación anual superior al 10%
  • 2 años de déficit fiscal superior al 3% del PBI
  • 9 años de déficit fiscal superior al 5% del PBI
  • 13 años de la ratio deuda pública-PBI, mayor al 50%
  • 2 años de la ratio intereses de la deuda pública-ingresos públicos superior al 15%

Con estos datos, Argentina se convierte, junto con Venezuela, en la triste excepción de América Latina, una región que puede mostrar éxitos en evitar desbordes inflacionarios, merced a la combinación de una comprobada prudencia fiscal y flexibilidad cambiaria, lo que reduce los riesgos de crisis en la balanza de pagos de los países. Estas condiciones no garantizan el desarrollo económico, pero sí son una condición necesaria para el progreso social.

La extraviada política exterior del kirchnerismo ha afectado negativamente la credibilidad de la Argentina como socio confiable, algo imprescindible en el particular contexto de reconfiguración del poder global. 

Con relación al funcionamiento de las instituciones, otra condición necesaria del crecimiento económico, la Argentina tampoco es un ejemplo a imitar. El principio fundacional de la efectiva división e independencia de los poderes está afectado por el empecinamiento oficial por controlar la Justicia.

Esa voluntad de disciplinar la justicia pretende instrumentar una definición política ofrecida por destacados líderes del oficialismo por la cual los principios de la revolución francesa de 1789 son ejemplo de un anacronismo que, a esta altura de la historia, debe ser superado.

La afectación de la calidad institucional ciertamente impacta sobre los derechos de los ciudadanos y, también, sobre la previsibilidad de las normas, condición necesaria para la inversión productiva del sector privado.

Del mismo modo, la extraviada política exterior oficial, al tiempo que enajena las credenciales democráticas y de promoción de los derechos humanos que distinguen a la Argentina desde 1983, afecta negativamente la credibilidad y la percepción de socio confiable, algo imprescindible en el particular contexto de reconfiguración del poder global.

Con este telón de fondo, los argentinos vamos a elegir presidente por décima vez desde 1983.

El actual gobierno finaliza su administración en diciembre, sin que ninguno de los integrantes del “ticket presidencial” intente, siquiera, renovar su mandato. Esta situación es prácticamente inédita en la historia de los cuatro países de América Latina que, además del nuestro, admiten la reelección inmediata: Brasil, Ecuador y República Dominicana.

El gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner -el del populismo movimientista en la acción política y el facilismo cortoplacista en la política económica-, será recordado por:

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Tres contribuciones decisivas a la democracia argentina

Fui invitado a participar en el ciclo Democracia Siempre de Radio Nacional. Dialogué con Any Ventura sobre los 40 años de la democracia y el papel del radicalismo en tres momentos clave: en el ’83, la recuperación definitiva de la democracia en Argentina; luego, el primer pase pacífico e institucional de mando entre presidentes de distinto signo político en un siglo; más recientemente, la conformación de una coalición elegida por el pueblo para gobernar que, no siendo peronista, pudo concluir su mandato, lo que no ocurría desde 1928. 

¿Cómo era tu vida durante la dictadura?

Sobrevivía a la Argentina, sufriendo la pérdida de amigos y compañeros de la secundaria. Inmerso en la vida política en el clima opresivo de esa época, así y todo pude estudiar, recibirme y trabajar, siempre comprometido con la Unión Cívica Radical en la búsqueda de construir un modo de vida que permitiera la convivencia pacífica entre los argentinos.

Algo que desde el ‘76 al ‘82 parecía poco probable…

Bueno, no solo en ese periodo sino desde antes. La aceptación de la violencia como método de acción política estaba muy extendida en vastos sectores sociales.

¿Estamos hablando de la guerrilla?

De la guerrilla y de los que no practicaban la guerrilla.

¿O sea las tres A?

Había quienes creían que -parafraseando a Mao- el poder nace de la boca del fusil y que la lucha armada era la única opción. Había otros que, también concibiendo la violencia como método para resolver los conflictos, recurrían a golpes de Estado o echaban mano a grupos paramilitares, como las tres A que mencionaste. Entonces en Argentina había quienes para combatir al demonio usaron las armas del demonio y eso terminó en un infierno, esa orgía de violencia, esa ordalía de sangre, ese todos contra todos que fue la desgracia de nuestro país.

En el mundo había también una especie de militancia de la violencia de sectores armados contra los poderes establecidos, tengo la sensación de que no era solamente en la Argentina.

Sí, existía la Doctrina de la seguridad nacional a través de la cual las fuerzas armadas creían ser gendarmes de su propio territorio y se sentían convocadas a librar una “guerra santa” contra el comunismo. Eso hizo que América Latina durante la Guerra Fría fuera la zona de trabajo prácticos de los dos polos: la Unión Soviética y los Estados Unidos. En particular, América Latina recibió el influjo de la influencia la acción directa de grupos guerrilleros entrenados en Cuba; hay que decir las cosas como son: grupos guerrilleros que usaba Cuba para encontrar un mecanismo de desviar la atención de los Estados Unidos sobre el territorio cubano.

Desde antes del ’76, la violencia como método de acción política resultaba aceptable para vastos sectores sociales; algunos se involucraban en la lucha armada mientras otros recurrían a golpes de Estado o echaban mano a grupos paramilitares. El radicalismo, en cambio, siempre basó su pensamiento en las instituciones e impulsó los procedimientos convenidos de antemano para dirimir las controversias.

¿Cómo fue el momento en que convivían los dirigentes radicales Balbín, Alfonsín y De la Rúa? Porque a Balbín le costaba ganar elecciones, después apareció Alfonsín como un halo de frescura y ganó las internas. ¿Cómo se dirimía el tema?

En el radicalismo teníamos sectores más transformadores y progresistas, y sectores más del status quo, llamémoslo así. Lo que nunca tuvimos fueron fascistas ni nadie que pretendiera saldar las diferencias desde un Falcón verde. Entonces en ese momento del radicalismo, con esos distintos actores que vos bien señalas, teníamos un atributo, a mi juicio positivo, que nos diferenciaba de otros actores políticos: disponer de las instituciones, de los procedimientos convenidos de antemano para dirimir las controversias. En el radicalismo no todos pensamos igual -y enhorabuena que así sea- pero las diferencias se resuelven en una elección interna donde votan los afiliados y las líneas programáticas se establecen en una Convención Nacional donde están representadas todas las provincias. Cuando se tiene ese tipo de instituciones, el conflicto que existe en la política y en toda sociedad, se encauza y eso es algo imprescindible en la vida política; cuando no hay eso está el dedazo o está la arbitrariedad.

¿Estás diciendo que (en el radicalismo) no hay verticalismo como en el peronismo y que de alguna manera son más prolijos frente a las instituciones?

Definitivamente. También creo que existe una asociación positiva, una relación directa, una asociación causa efecto entre la fortaleza de las instituciones y los resultados socioeconómicos. Hay evidencia empírica que muestra que las instituciones son más determinantes para explicar la evolución de los asuntos económicos que la propia dotación de recursos naturales. A veces se habla del formalismo de las instituciones, no digo que sea tu caso, pero he escuchado tantas veces “la partidocracia liberal”, o aquella otra frasecita, “la sinarquía internacional”. Lo que se busca con esas etiquetas es negar, subestimar el valor y la importancia de las instituciones, que son decisivas, no solo para la convivencia pacífica como hablábamos hace un minuto, sino también para habilitar el progreso social.

Ahora también me gusta decirte que para llegar a todo eso necesitan votos, con todo respeto dicho, y no no siempre el pueblo o la mayoría entiende este mensaje…

Vuelvo sobre el vínculo entre los resultados socioeconómicos y las instituciones. Tiene que haber un orden político en una sociedad, ese orden político tiene necesariamente un pilar democrático, en el sentido de que existe una sola fuente legítima de poder que es la soberanía popular libremente expresada en elecciones libres y verificables; pero no alcanza, hace falta en ese orden político un pilar de naturaleza liberal que garantice los derechos individuales y en particular los de las minorías. Pero eso no alcanza tampoco. Además de esos pilares democrático y liberal, también hace falta un pilar republicano donde la independencia de los poderes, el control recíproco, la rendición de cuentas esté en el centro de las preocupaciones de ese orden político.

La Constitución del ’94 es un resultado político extraordinario de vitalidad de la sociedad democrática argentina. No solo porque fue votada unánimemente, sin perdedores y ganadores como en las anteriores oportunidades, sino porque significó un gran avance; se limitó el presidencialismo y se consagró un conjunto de derechos humanos fundamentales, en especial para las minorías. 

Hablemos del gobierno de Alfonsín, una primavera democrática que empezó con mucha ilusión. Luego fue el juicio a las juntas, que todos aplaudimos o por lo menos un sector importante de la sociedad aplaudió. Pero también hubo un proyecto económico que, al final del gobierno de Alfonsín, te tuvo a vos de protagonista con un acto heroico, el de aceptar ser Ministro de Economía. No me olvido de la frase de Pugliese, “les hablé con el corazón y me contestaron con el bolsillo”. ¿Qué pasó en esta primavera democrática maravillosa que vivimos con Alfonsín que el plan económico no funcionó?

Primero me gustaría que nos situemos en el momento. En el año ’83, la Argentina era una isla democrática en un océano latinoamericano de autoritarismos y dictaduras. Estratégicamente, Alfonsín sabía que la democracia en Argentina sólo se consolidaría si había democracia en el resto del continente. Entre sus preocupaciones estaba, preponderantemente, cómo podía producir ese cambio regional. Hizo un esfuerzo extraordinario, que tuvo resultados: un año más tarde llegó la democracia en Uruguay, un poco después en Brasil, en el ‘89 en Paraguay y finalmente en Chile. En ese contexto dramático de dictadura que rodeaba la democracia argentina, no hay que olvidar otro dato: casi nos fuimos a la guerra con Chile, un país con el cual tenemos 5000 km de frontera y demencialmente casi vamos a un conflicto armado. Y fíjate que la Argentina se negaba a aceptar un laudo arbitral a pesar de que veníamos de una guerra perdida con una potencia de la OTAN un año antes. También la Argentina tenía que sobrellevar la situación del terrorismo de Estado y la represión ilegal, todo muy reciente. Habíamos incorporado al lenguaje universal una palabra: desaparecido. En términos económicos, la Argentina estaba en default, los intereses de la deuda externa eran superiores a los que Alemania se vio obligada a pagar tras el Tratado de Versalles y eso terminó en lo que sabemos: la Segunda Guerra Mundial y el holocausto. En términos económicos, te digo para que tengamos una idea el déficit fiscal del último trimestre del año ‘83, era de 15% del PBI y hoy nos esforzamos para que sea 2%. Lo que quiero señalarte es que las condiciones internacionales, económicas, políticas, sociales de la Argentina del momento, eran de una gravedad extraordinaria.

¿Cuál fue el rol de Caputo con los empresarios porque sentí en algún momento que a lo mejor le daban un golpe de Estado económico a Alfonsín. ¿Lo sentiste así?

Esa democracia que de arranque tuvo condiciones tan desfavorables como las que mencioné recién, tuvo que sobrellevar además 13 paros generales. Además de eso, tres intentos de golpe de Estado. Además de eso, un ataque guerrillero a un cuartel militar. La Argentina de ese momento debía afrontar casi a diario amenazas de retroceso y regresión. Hay una circunstancia muy importante, que tiene que ver con nuestro primer tema de conversación, y es que la Argentina dio vuelta la página de la violencia como método de acción política.

¿Qué pensaste del pacto de Olivos?

Te voy a contestar así: la Constitución del año ’94 es un resultado político extraordinario de vitalidad de la sociedad democrática argentina por varias razones. Para empezar, es la primera vez que en nuestro país una constitución es aprobada y consentida de manera unánime por todos los actores. Hasta ese momento las constituciones tenían un triunfador y un derrotado, poco menos que aplastado, y así no se construye un país. Además, esa Constitución redujo el énfasis presidencialista que tenía hasta ese momento la Nación Argentina, generó condiciones de equilibrio -por ejemplo, al consagrar la elección directa del jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires cuando antes el Presidente designaba a un intendente por decreto. Introdujo el Consejo de la Magistratura para poner límites a la facultad del Poder Ejecutivo y designar jueces; estableció mayorías especiales para votar cargos muy importantes, como los jueces de la Corte Suprema. Estoy señalando aspectos que tienen que ver con límites al presidencialismo, pero al mismo tiempo logró consagrar derechos que antes no estaban previstos, incorporamos los tratados internacionales sobre derechos humanos y derechos sociales, le dio rango constitucional a la causa de Malvinas… en fin, francamente creo que ha sido un avance fundamental para la Nación Argentina.

En América Latina hay solo tres democracias plenas, que son Uruguay, Chile y Costa Rica. No es casual que esos tres países sean también los que detentan los mejores indicadores socioeconómicos en la región. Hay una relación de causalidad entre la calidad institucional y los resultados socioeconómicos. 

Avanzó la democracia y Alfonsín le entregó la banda presidencial a Menem, que luego fue reelegido. ¿Fue el radicalismo un cuidador, un veedor de la democracia en la Argentina porque es el partido que ha sido como el garante de un sector democrático importante?

Lo razono con los tres pilares del trípode democracia, liberalismo y republicanismo. Desde esa perspectiva sistémica, integral y holística te diría que sí, que el radicalismo expresa esa vocación.

Dos cosas tengo para criticar al radicalismo: la primera, espanta a las mujeres; y la segunda, cada vez que hay una foto de radicales son todos señores con corbata. Es como la CGT cuando se sientan los gordos o los flacos del radicalismo. No hay ninguna señora.

La historia te da la razón; el presente no. El radicalismo es el primer partido de la Argentina que consagró la paridad en todos sus cuerpos orgánicos.

La tiene que llevar a la práctica.

¡Está funcionando! Hay paridad en la mesa directiva del Comité Nacional y en la mesa directiva de la Convención Nacional. La presidencia de la Juventud Radical la ocupa una mujer, la presidencia de la FUA la ocupa una mujer. En el bloque de Diputados Nacionales hay paridad de autoridades. Insisto: la historia te da la razón, el presente no.

¿Qué hace la Unión Cívica Radical con el PRO?

Antes hablé de la asociación positiva entre las instituciones y los resultados socioeconómicos. Te voy a dar un ejemplo que va a justificar mi respuesta. En América Latina hay solo tres democracias plenas, que son Uruguay, Chile y Costa Rica.

¿Brasil no?

No y México tampoco. Más aún, la regresión que significó Bolsonaro consolida la debilidad democrática de Brasil. Los resultados económicos y sociales en esos tres países que te señalé -Uruguay, Chile y Costa Rica- están muy vinculados a su solidez institucional. En esos tres países hay menores niveles de corrupción que en el resto de América Latina. También esos tres países tienen más crecimiento económico, mejor distribución del ingreso, mayor reducción de la pobreza y también obtuvieron mejores resultados en términos del manejo del COVID. Dicho esto, voy a tu pregunta. La necesidad de fortalecer las instituciones llevó en la Convención Radical a encontrar puntos de coincidencia con otros actores políticos que tuvieran eso en el centro de sus preocupaciones. Porque en el año 2015 la posibilidad de que se consagrara la hegemonía luego de tres gobiernos consecutivos de un partido político que desafortunadamente en mi convicción no consolidaba esa idea de democracia, liberalismo y república, llevo al radicalismo a tomar esa decisión. Del mismo modo que en su momento la decisión orgánica del radicalismo habilitó a Alfonsín a entregarle la banda presidencial a un presidente electo por otro partido político por primera vez en el siglo, la gestión de la coalición Juntos por el Cambio permitió que por primera vez desde 1928 -casi 100 años- un presidente no peronista elegido por el pueblo concluya su mandato. Vivimos en una era de coaliciones políticas donde hay partidos que se coaligan, no pensando en si actuaron de igual manera en el pasado, sino que se comprometen a un programa de futuro. ¿Eso pasó en Argentina? Sí, ¿pero es el único lugar en el mundo que sucedió? No. En Alemania convivieron la democracia cristiana de Merkel con el partido socialdemócrata, con los verdes. En Uruguay o en Chile tenés los casos del Frente Amplio o la Concertación Democrática; en Chile convive la democracia cristiana que tuvo que ver con el golpe a Allende con el partido socialista que era el partido de Allende, más aún, con el partido comunista. Esto pasa y no hay planteos de tipo agnóstico versus creyente, de si hay que ir a comulgar a misa o no porque somos todos parte de una misma fuerza política. Entonces en esta era de coaliciones, se establecen coincidencias no con relación al pasado sino con relación al futuro, y eso fue lo que mejoró la calidad institucional para que un presidente no peronista pudiera ser electo y concluir su mandato.

¿A qué cinco personas pondrías como adalides de la democracia en un cuadrito de honor?

Pondría a tres personas radicales: Alfonsín, Illia y Alvear; y pondría también a dos personas no radicales Alicia Moreau de Justo y Eva Perón.

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Acuerdos políticos: ¿cuáles, cuándo, dónde?

En los temas complejos conviene ser preciso desde el principio.

Estoy convencido de que, si uno rechaza la violencia como método de resolver conflictos, debe reconocer al diálogo como requisito imprescindible para lograr acuerdos.

Esa condición previa no solo vale para las relaciones interpersonales, sino que es una responsabilidad ineludible de todos los actores del proceso social, particularmente de los partidos políticos, sobre todo en sociedades conflictivas.

Las coaliciones

Las realidades sociales diversas y complejas que caracterizan a la época actual obligan a los partidos a diseñar estrategias coalicionales porque ya no son solamente las tradiciones familiares o las ubicaciones en los procesos productivos los que determinan las preferencias electorales.

Esa es, en verdad, la razón que explica que estemos en una era de coaliciones políticas, tanto en el mundo como en nuestra región de América Latina.

En Argentina, la coalición que desde la UCR ayudamos a  construir en 2015, lleva ganadas tres de las cuatro elecciones en las que compitió. No solo eso, el último gobierno que integramos fue el único con presidente no peronista en casi un siglo -desde Marcelo T. de Alvear en 1928- que pudo concluir su mandato en las fechas preestablecidas. Además, contrariando la historia de coaliciones políticas en nuestro país, Juntos por el Cambio pudo superar el adverso resultado electoral de la última elección presidencial y ratificar, desde la oposición, su vigencia.

Juntos por el Cambio, la coalición que desde la UCR ayudamos a construir, lleva ganadas tres de las cuatro elecciones en las que compitió.

Las coaliciones se forman con partidos políticos -actores insustituibles de la vida democrática-  que, sin perjuicio del papel desempeñado por cada fuerza hasta ese momento y de las ponderaciones divergentes sobre cuestiones pasadas, tienen la aptitud y la capacidad de forjar coincidencias sobre un programa común para el futuro.

Esa necesidad del acuerdo programático explica el esfuerzo institucional del radicalismo, a través de la Fundación Alem, en trabajar coincidencias con los socios de la coalición. Esa vocación   se evidenció en el encuentro programático de la UCR en Córdoba el mes pasado, donde 900 expertos y especialistas en todas las disciplinas de las políticas públicas, llegados de todas las provincias, expusieron los trabajos y las propuestas luego de meses de trabajo sistemático y colaborativo.

Ese es el primer eslabón de los acuerdos: son entre partidos políticos y tienen naturaleza programática.

Esta es la manera de ofrecer a la sociedad una visión del país que soñamos: una Argentina que, asegurando la libertad y la igualdad, promueva la realización individual en un marco de progreso social.

El régimen electoral

Ahora bien, la acción de los partidos y de las coaliciones se desarrolla en el contexto de un sistema político y dentro del  marco legal que regula la competencia electoral.

En nuestro caso, es un sistema electoral que prevé doble vuelta para los cargos de Presidente y Vicepresidente (a menos que se consigan las mayorías constitucionales en la primera vuelta); mientras que los legisladores nacionales son elegidos en una primera y única vuelta electoral. Además, en forma previa a las elecciones generales, los candidatos a todos los cargos electivos deben ser elegidos en elecciones primarias, abiertas y obligatorias (PASO).

Ese dispositivo requiere una aproximación sistémica: las PASO permiten que los ciudadanos, y no solo los afiliados y simpatizantes, sean los que seleccionan los candidatos de los partidos y las coaliciones. En la primera vuelta se decide la conformación del Congreso y se prefigura la elección de la fórmula presidencial. En la segunda vuelta, en caso de ser necesaria, se elige el Poder Ejecutivo.

El ordenamiento político de la Argentina, y el de todos los países de América Latina, es de naturaleza presidencialista, a diferencia del prevaleciente en Europa donde los gobiernos son de base parlamentaria.

En el “presidencialismo de coalición” de Brasil, Uruguay y Chile, los acuerdos y alianzas entre partidos se concretan tanto en el ámbito legislativo como en la conformación de gobierno.

Esa característica distintiva impone una diferencia sustancial: en los sistemas de base parlamentaria la duración del gobierno está dada por la existencia de una mayoría en el Parlamento que lo sustente. En cambio, en los sistemas presidenciales el tiempo del mandato del Presidente está predeterminado y no necesariamente coincide con la extensión del mandato de los legisladores.

Sin embargo, las diferencias entre los sistemas presidencial y parlamentario en nada afectan la formación de coaliciones. En efecto, en los sistemas de cuño presidencial es posible -como sucede en Brasil, Uruguay y Chile-  verificar los llamados “presidencialismos de coalición” donde los acuerdos y las alianzas entre los partidos se concretan en el ámbito legislativo y en la conformación del gobierno.

La propuesta sorpresa

La iniciativa de varios dirigentes de JxC conocida esta semana,  por la que se propicia la incorporación de nuevas figuras políticas a la coalición, es confusa y riesgosa.

La confusión deriva de su pobre argumentación. Se pretende justificar con su contribución a la gobernabilidad futura cuando en verdad el resultado es la afectación negativa de la confianza ciudadana en la política, principal insumo para los detractores de la democracia, aquí y en todas las geografías.

La iniciativa de dirigentes de JxC, por la que se propicia la incorporación de nueva figuras políticas a la coalición, es confusa y riesgosa.

Es también riesgosa porque no solo lesiona las aptitudes competitivas de nuestros candidatos en las próximas elecciones provinciales – ya afectadas por la manipulación normativa y de fechas de los gobiernos subnacionales de baja calidad democrática- sino que, al sembrar dudas sobre la solidez de la coalición, fogonea la apuestas a liderazgos mesiánicos y providenciales.

El buen camino

Siempre, pero sobre todo en tiempos de incertidumbre, es necesario ser rigurosos en la definición del objetivo. En nuestro caso: asumir un gobierno e iniciar un esperanzador camino de progreso y realización individual en la Argentina, que deje atrás para siempre el estancamiento económico y deterioro social.

Para el cumplimiento de ese objetivo, se requiere no solo de funcionarios probos, sino de un diagnóstico inicial realista -que además sea claramente transmitido a la ciudadanía- y de una estrategia política global que guíe a esos funcionarios en los diversos aspectos de la gestión del Estado.

La subestimación de la magnitud de la crisis en nuestro último gobierno, llevó a retacear el derecho de los ciudadanos a conocer los datos de la hipoteca heredada. A su vez, la suma de iniciativas sectoriales condujo a la fragmentación de las decisiones y, por último, primó una idea equivocada de que es necesario separar la gestión de la política.

El objetivo de nuestra coalición es asumir el gobierno para iniciar un esperanzador camino de progreso social y realización individual en la Argentina.

La posibilidad de afrontar con éxito los desafíos mayúsculos que se vienen, luego de esta etapa caracterizada por el populismo recargado (dados los múltiples embates a la división e independencia de los poderes) y el ultra facilismo económico (evidenciado por los desequilibrios de la economía) exige la combinación virtuosa de varias dimensiones:

  • La formulación de un diagnóstico acertado y preciso;
  • la articulación de un programa integral;
  • la constitución de equipos dotados de aptitud y mística;
  • la construcción del suficiente respaldo político; y
  • el logro de la licencia social que provea legitimidad para las transformaciones necesarias para remover los obstáculos al progreso individual y social.

Es esencial asumir que el diseño, la implementación y la gestión política del programa de gobierno conforma un conjunto inseparable y que, en materia económica, el plan de estabilización debe ser acompañado por un programa de reforma que no solo permita el control de la inflación sino que también siente las bases de un crecimiento social y económicamente sostenible en el tiempo.

En otras palabras, es evidente que la aptitud del sistema político es una variable clave y determinante, y dado el calado de los desafíos que deberemos afrontar es indispensable disponer de una coalición cohesionada en lo conceptual y, también, sólida tanto en el Palacio del Congreso como en la Casa Rosada.

La unidad de concepto requiere de un programa de acción que sea el resultado del análisis conjunto y del trabajo compartido que los equipos técnicos y especialistas de los partidos vienen desarrollando y, además, de su ratificación por parte de las instancias previstas en las normas de los partidos que integran la coalición.

Además es imprescindible que los legisladores nacionales adhieran “ex ante” a ese programa y que se comprometan a formar parte de un mismo y único bloque en las cámaras legislativas.

Del mismo modo, debe haber un compromiso de los potenciales titulares del Poder Ejecutivo de componer el gobierno con los principales dirigentes de las fuerzas políticas que integran la coalición.

dado el calado de los desafíos que deberemos afrontar es indispensable disponer de una coalición cohesionada en lo conceptual y sólida tanto en el Palacio del Congreso como en la Casa Rosada.

Como se ve, la cohesión de la coalición es compleja y requiere más trabajo político y menos iniciativas del tipo “golpe de efecto” que -aunque se presenten de esa manera- no contribuyen a la eficacia en la acción política de la coalición, sino todo lo contrario.

Así, una secuencia política que tenga programa (resultado del acuerdo de los partidos y asumido por todos los candidatos a cargos electivos); luego la competencia en las PASO para cargos ejecutivos (con los énfasis, matices y sensibilidades que cada candidato agregue a ese programa común); y, no menos importante, el compromiso de constituir una verdadera coalición de gobierno, podrá disponer de la fuerza necesaria par brindar sustento político y legitimidad social a nuestro próximo gobierno.

nuestro régimen electoral ofrece el camino virtuoso de ampliar las coaliciones en una eventual segunda vuelta e incluso está disponible  la formación de una coalición de gobierno aún más amplia de la que compite en el BALOTAJE.

La hoja de ruta expuesta no impugna el diálogo democrático ni obstaculiza los acuerdos. Al contrario, el programa de transformación requiere de mayorías estables en el Congreso que le den sustento al Poder Ejecutivo. Para ello el régimen electoral ofrece el camino virtuoso a través de coaliciones electorales en la segunda vuelta que amplíen la coalición de la primera vuelta y, además, está disponible la formación de una coalición de gobierno aún más amplia que la que compite en el balotaje.

Esos son los pasos y así funciona el presidencialismo de coalición, sin recurrir a artilugios ineficaces que alimentan la idea del “cualunquismo político”, deshonrando la palabra política y poniendo en riesgo la vitalidad de la única opción auténtica de cambio y transformación que deje atrás la experiencia populista.

Ese recorrido es, frente a la peligrosa desconfianza en las instituciones en la que puede caer la sociedad, el camino esperanzador para proveer certidumbre, siempre apoyado sobre los tres pilares fundamentales: el democrático, el liberal y el republicano.

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Política U.C.R.

La idealización de la violencia política es una desgracia para nuestro país

Conversé en el programa Tirando Data de la Juventud Radical Buenos Aires sobre mis comienzos como militante y la recuperación democrática en nuestro país.

Gracias a Maca Dolhagaray y Manuel Cisneros por la invitación a conversar sobre mis comienzos en la militancia política. Dejo algunas reflexiones y el reportaje completo.

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La historia en primera persona. Jesús Rodríguez: un gobierno desahuciado y el sacrificio de un ministro con todo para perder.

Reportaje de Astrid Pikielny, para el Diario La Nación, publicado el 1 de agosto de 2022.

 

A pedido de Raúl Alfonsín, asumió en Economía con una inflación desatada, saqueos y una fuerte debilidad política; del entusiasmo por la nueva democracia a la desazón de la entrega anticipada del poder.

-Hola Jesús, ¿cómo estás? ¿Cómo está la familia? Necesito que me hagas un favor.
-Sí, cómo no, Raúl.
-Necesito convencer a un amigo. Porque tengo que pedirle algo que no le va a gustar.
-Sí, dígame.
-Hay que convencerlo de que sea ministro de Economía.
-¿Y quién es?
-Jesús Rodríguez.
-¡Usted está loco!

Más de 30 años no pudieron borrar el diálogo telefónico en el que Raúl Alfonsín le pidió a Jesús Rodríguez que asumiera como ministro de Economía. Fue el 25 de mayo de 1989. Con el radicalismo derrotado en la elección del 14 de mayo, la economía desenfrenada y los saqueos en escalada, la inflación se duplicaba todos los meses: en abril había sido de 33%; en mayo había llegado a 79%.