La globalización es un fenómeno que se viene cocinando desde hace más de cinco siglos. En las últimas dos décadas, los cambios en la organización productiva de las empresas y las innovaciones tecnológicas le imprimieron un impulso determinante.
El resultado es mixto: por un lado, se redujo la pobreza pero, al mismo tiempo, se amplio la desigualdad entre las regiones y hacia el interior de los países.
Esta mañana, tras conocerse el fallecimiento de Fidel Castro a sus 90 años, estuve conversando con Omar Lavieri y Sergio Berenstein por Radio AM950 Belgrano.
Así como Erich Honecker en Europa oriental, el personaje distintivo en nuestro continentedurante la Guerra Fría,desde elfin de la Segunda Guerra Mundial hasta la implosión de la Union Soviética, es Fidel Castro.
Signó a la América Latina de ese tiempo, pero su influencia en la región se fue reduciendo a partir de la ola democratizadora que se inició en Argentina en 1983 y que luego se expandió a todo el Cono Sur. El ascendiente de Castro se fue apagando hasta quedar casi circunscripto a la relación con la Venezuela de Hugo Chávez.
En su discurso anual frente al Congreso en 2012, el Presidente Obama dijo “Debemos de dejar de subsidiar a los millonarios“, frase que cité en su momento en esta entrada sobre la creciente desigualdad en Estados Unidos; datos de la Oficina de Presupuesto del Congreso de ese país (CBO) mostraban que mientras el 1% más rico de la población había visto sus ingresos crecer un 275% entre 1979 y 2007, el 20% más pobre había tenido un aumento de 18% en el mismo período de 28 años.
A la luz del triunfo de Donald Trump -un millonario, no sólo por posesiones sino también por posicionamiento-, la frase del saliente presidente demócrata se resignifica.