Desde hace meses EA sostiene que la creación de Cambiemos ofrecía a la sociedad, y le daba a los ciudadanos descontentos o simplemente hartos del kirchnerismo, una opción de gobierno. Por lo tanto, esa tendencia iba a desembocar en la segunda vuelta, instancia en la que también se avizora la posibilidad de un triunfo si Cambiemos encarna esa aspiración social de mejor democracia, respeto por la ley, transparencia y vocación de progreso. Lo ocurrido en la provincia de Buenos Aires, con el triunfo de Cambiemos puede replicarse en el orden nacional el 22 de noviembre.
Cambiemos o la Continuidad
En la era de los medios de comunicación, el cineasta Juan J. Campanella llamó a votar – como única forma de desplazar a quienes ocupan los resortes del poder desde hace 12 años – por Cambiemos la coalición entre la UCR, el PRO y la CC. Esa posibilidad sólo se habilitará el próximo 25 de octubre con una segunda vuelta, lugar en el que el candidato Mauricio Macri estaría instalado con los guarismos de las PASO. Hoy parece inevitable la segunda vuelta porque Daniel Scioli, desde aquella elección primaria, no ha registrado grandes cambios a juzgar por las encuestas, y en las que sí los hay, son tan ajustados que están a merced del error metodológico propio de esos estudios.
La Verdadera Gobernabilidad
Pocos días antes de una elección decisiva, se ha instalado en el debate público la discusión sobre la calidad de la gobernabilidad en el escenario político futuro.
La noción de gobernabilidad aparece en plena Guerra Fría, a mediados de la década del 70, cuando la Comisión Trilateral -surgida al calor de la crisis del petróleo de 1973- discutió un documento para orientar las acciones del mundo capitalista, esencialmente América del Norte, Europa y Japón, en el marco del enfrentamiento con el otro polo de la confrontación Este-Oeste, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
Hoy, algunos sectores interesados pretenden instalar la idea de que sólo la continuidad del oficialismo asegura la gobernabilidad y que, por el contrario, aceptar la demanda social de cambio conduciría a la inestabilidad política y social.
Ello es así, básicamente, por el estancamiento de una economía que hace cuatro años que no crece ni crea empleo, pierde reservas sistemáticamente y exhibe insostenibles desequilibrios económicos básicos. Y por una situación social donde uno de cada cuatro argentinos y dos de cada diez hogares están en situación de pobreza. En otros términos, el agotamiento del ¿programa? económico y la fatiga social hacen inviable su continuidad.
Nada mejor que un ejemplo para explicar el planteo: la recuperación económica depende crucialmente de la inversión que, a su vez, reclama la normalización de las relaciones financieras con el exterior. Ese camino seguramente requiera la derogación de la llamada “ley cerrojo”, y todos tenemos el derecho a creer que en el bloque de la continuidad oficialista, integrado por destacados miembros del actual gabinete, un número relevante de sus integrantes no acompañaría con su voto esa decisión.
Así, desafiando tanto la sabiduría convencional como la interesada, es la continuidad oficialista la que, sin dudas, enfrentaría severos problemas de gobernabilidad, entendida de acuerdo con la definición que promueve el BID como la que “hace referencia a la capacidad de los sistemas democráticos para aprobar, poner en práctica y mantener las decisiones necesarias para resolver los problemas”.
Por el contrario, la opción del cambio puede afrontar exitosamente los desafíos, a condición de que procese adecuadamente la información que ofrece la mejor encuesta disponible, como son los resultados de las PASO de hace pocas semanas.
Una primera información relevante es que, por primera vez en nuestra historia, habrá segunda vuelta para elegir presidente. En esta oportunidad entre la continuidad del populismo y la normalización democrática expresada por la coalición Cambiemos. Esto significa que el próximo presidente, expresión política de la mayoría social que reclama cambio, tendrá una indudable legitimidad surgida de una sólida mayoría del cuerpo electoral.
Al mismo tiempo, los resultados de las PASO confirman que ninguna de las fuerzas políticas que compiten en la elección dispondrá de mayorías legislativas en las cámaras. Este dato de la realidad es una limitación, pero al mismo tiempo una extraordinaria oportunidad para el nuevo gobierno. En efecto, el cumplimiento de los ambiciosos objetivos establecidos por el ingeniero Macri -luchar contra la pobreza, desarticular las redes del crimen organizado y unir a los argentinos- reclama las ya concretadas tareas de un estudiado programa de reformas estructurales y la identificación de los recursos humanos calificados para implementarlo.
El establecimiento de los objetivos y la determinación de los programas son las condiciones necesarias que exigen, para su materialización, la constitución de una amplia coalición política que los sostenga -capaz de darle sustento legislativo al poder administrador- y una diversa coalición social que los comparta.
Esta voluntad de los actores políticos y sociales que estén dispuestos a comprometerse con el cambio debe formalizarse inmediatamente después de la primera vuelta con el objetivo de ganar el ballottage y llevar adelante el programa de normalización democrática, progreso social y adecentamiento de los asuntos públicos.
Ése es el camino para superar la modesta tradición republicana de nuestro país que hace que muchos confundan gobierno con Poder Ejecutivo Nacional y liderazgo político con la combinación de tonos autoritarios desde la cima del poder y subordinación obediente desde las cámaras legislativas, las provincias y los municipios.
En esta séptima votación presidencial desde 1983, último caso de una elección ganada por el candidato de un solo partido, debemos demostrar que podemos afrontar los desafíos de la Argentina del Bicentenario siguiendo el camino de las coaliciones de gobierno que distinguen a los regímenes parlamentarios europeos y, también, los llamados presidencialismos de coalición que gobiernan en nuestros países vecinos.
Articulo de opinion publicado en La Nación
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Las PASO mostraron resultados similares a los que anticiparon, esta vez de manera más precisa, las encuestas. El 38,41% de los votos, obtenidos por el FPV (16 puntos porcentuales menos que en las elecciones generales de 2011); el 30,07%, de Cambiemos, y el 20,63%, de UNA, se corresponden, razonablemente, con la diferencia esperada de un dígito entre el primero y el segundo, y de dos entre éste y el tercero.
En la coalición Cambiemos, los 6595 millones de votos obtenidos se distribuyen en un 80,7% para la fórmula Macri-Michetti, un 11,5% para el binomio Sanz-Llach y el 7,8% para Carrió-Flores.
La primera conclusión que podemos extraer es que, como consecuencia directa de la creación de Cambiemos, si en octubre se repiten estos resultados habrá por primera vez en la Argentina una segunda vuelta para elegir presidente.
Este dato de la realidad justifica por sí solo la decisión del radicalismo de construir una coalición competitiva, luego de una impecable deliberación democrática y de la firma de acuerdos programáticos con sus aliados. Las otras opciones posibles -concurrir con listas propias, confundiendo individualidad con identidad, o restringir a nivel nacional el acuerdo con los tradicionales aliados socialistas- les hubieran negado a los argentinos la posibilidad de disponer de una alternativa de gobierno, asegurando de ese modo la continuidad oficialista. Por otro lado, se habría depositado al radicalismo en el sitio nada hospitalario de la irrelevancia política.
La posibilidad cierta de una disputa por el gobierno en la elección de octubre debe ser analizada a la luz de la desilusión que trajo, para la UCR, la diferencia obtenida por el triunfador en la fórmula presidencial respecto de los candidatos radicales en la competencia internade Cambiemos.
Es bueno, entonces, analizar los resultados de manera amplia e integral. En primer lugar, en el plano legislativo, porque la condición de partido nacional no está dada por el número de gobiernos provinciales y municipales que administra, sino por la diversidad de distritos en la representación parlamentaria.
Si se repiten en octubre los resultados de las PASO, la UCR será uno de los contados bloques legislativos que ganarán más bancas que las que ponen en juego. En efecto, el radicalismo no sólo obtendrá las 14 bancas que renueva, sino que también aumentará en nueve escaños su representación, incluso en distritos donde hace varias elecciones que no obtiene representación, llegando así a las 46 en la Cámara de Diputados de la Nación.
De esa manera, junto con los diputados de Pro y los seis de la Coalición Cívica, el bloque de Cambiemos orillará los 90 integrantes, a la vez que el oficialismo perderá casi 20 asientos en la Cámara y el Frente Progresista quedará con seis, luego de perder todos menos uno de los que pone en juego.
Así, la UCR confirma su condición de ser el principal contingente legislativo no peronista en ambas cámaras del Congreso, a pesar de la mínima retracción operada en el Senado.
Otra aproximación al balance es mirar los datos correspondientes a los gobiernos provinciales, donde en la amplia mayoría de los casos el conjunto de las fuerzas opositoras se unificó tras candidatos radicales. Al diferenciar la dimensión nacional de la federal y dotar de flexibilidad al partido para convocar amplios acuerdos que permitieran crear opciones a los regímenes “cuasi feudales” de muchas provincias, la estrategia general trazada por la UCR le permitirá gobernar, a partir de diciembre, Corrientes y Santa Fe (en coalición con el socialismo); Mendoza, y, si se repitieran los resultados de las PASO, las provincias de Jujuy y Santa Cruz.
Del mismo modo, es muy relevante analizar el caso de la provincia de Buenos Aires, donde no sólo aumentó la representación legislativa provincial y nacional, sino que además la coalición Cambiemos ganó cinco de las ocho secciones electorales, incluida la ciudadde La Plata.
Otro dato interesante de la provincia de Buenos Aires es que la UCR revirtió el retroceso electoral en los municipios. En efecto, los resultados muestran que de los 135 distritos Cambiemos ganó en 49, donde viven 3.600.000 personas. En 34 de ellos los candidatos de la coalición son radicales, el doble de los que hoy gobierna la UCR. Son candidatos radicales también los que se constituyen en opciones preferentes al obtener el segundo lugar en otros 24 municipios.
Esa misma realidad se verifica en Santa Fe, donde son radicales 11 de los 28 diputados provinciales y seis de los ocho senadores del Frente Progresista Cívico y Social. En relación con los municipios, la UCR de Santa Fe gobierna 21 de las 24 ciudades administradas por el Frente -incluida la capital- y tiene a su cargo 141 comunas de esa provincia.
Por eso, si el análisis se realiza desde una mirada democrática, institucional y federal, alejada de las perspectivas siempre autorreferenciales de los “cuentapropistas” de la política que defienden proyectos biográficos y no políticos, es posible concluir que, de acuerdo con los resultados de las PASO, los cuatro objetivos estratégicos establecidos por la conducción nacional del partido están en vías de ser cumplidos: la UCR es parte de la coalición electoral que ofrece una alternativa republicana al populismo y disputa el ballotage en la Argentina; crece en todo el país, de manera considerable, el número de gobiernos provinciales y municipales administrados por la UCR, que amplía su condición de primera fuerza no peronista en el Congreso, y, por último, se consolida el surgimiento de nuevos liderazgos con responsabilidades legislativas y ejecutivas, tal como lo atestiguan las listas electorales del partido en todo el territorio.