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Momento de Decisión

Toda elección, además del análisis del resultado, requiere de una reflexión política y la del pasado domingo admite varias lecturas complementarias.

Las listas que respaldaron al gobierno nacional obtuvieron para diputados, en todo el país, 5,9 millones de votos -el 26 por ciento-, precisamente la mitad de los 11,9 millones obtenidos en la elección de octubre de 2011, que consagró el segundo mandato de la presidenta Kirchner.

El agrupamiento de las fuerzas políticas no peronistas -esencialmente constituido por la UCR, el FAP y otras fuerzas- se constituye en la principal alternativa política con cinco millones de votos obtenidos -el 23 por ciento- y se consolida como la primera oposición en términos de representación legislativa.

El Frente para la Victoria resultó derrotado en los cinco distritos más poblados (Buenos Aires, Córdoba, la ciudad de Buenos Aires, Santa Fe y Mendoza), donde viven dos de cada tres argentinos.

Los candidatos de la UCR y sus aliados triunfaron en siete distritos: la ciudad de Buenos Aires, Catamarca, Corrientes, La Rioja, Mendoza, Santa Cruz y Santa Fe, y alcanzaron el segundo lugar en once provincias: Chaco, Córdoba,Entre Ríos, Formosa, Jujuy, La Pampa, Misiones, Neuquén, Río Negro, San Luis y Santiago del Estero.

No a la reelección

La primera -y más importante- conclusión de este resultado es que la sociedad clausuró de manera definitiva la aventura de la reelección cuando tres de cada cuatro argentinos aceptaron el consejo oficial de que “en la vida hay que elegir”.

La directa consecuencia de ello es que la fuerza política que lleva diez años en el poder, y que es tributaria del peronismo que gobernó veintidós de los treinta años de vida democrática, deberá afrontar el desafío para el cual carecen de respuestas los regímenes populistas: la sucesión.

Esta disputa por el liderazgo se desarrollará con el peronismo en el gobierno -una situación que no registra antecedentes históricos- y provocará un desplazamiento del centro de gravedad político en el universo peronista lo que contribuirá a debilitar el poder político del gobierno.

En ese contexto, los peronistas que no se sientan representados por el gobierno de Cristina Kirchner deberán transitar un estrecho desfiladero: si acentúan la diferenciación con el Gobierno agravarán la situación de fragilidad política de la Presidenta y si, por el contrario, disimulan las discrepancias afectarán negativamente el capital político obtenido al distanciarse del Gobierno.

Por otra parte, si el Gobierno opta por ignorar la abrumadora voluntad popular acrecentará su aislamiento social y si, en cambio, tiende puentes de diálogo con los otros actores peronistas hipotecará su base de sustentación política educada en el “nunca menos” y el “vamos por todo”.

Esta fractura expuesta de la coalición de gobierno tiene lugar en un contexto económico caracterizado por el innegable agotamiento del esquema que rigió en los últimos años y que se sintetiza en la destrucción de los tres pilares que explicaron la recuperación post-crisis de principios de siglo: tipo de cambio competitivo, superávit financiero externo y holgura fiscal.

Los desafíos de corto plazo de la economía -inflación, cepo cambiario, déficit de las cuentas públicas, crecientes importaciones energéticas, pérdida de reservas, fuga de divisas, precios relativos desalineados, desaceleración del nivel de actividad, entre otros- se tornan mas exigentes por la perspectiva de un escenario internacional menos favorable que en el pasado reciente.

En esas condiciones, el oficialismo tendrá que decidir si profundizará los desequilibrios o estabilizará la economía.

En cualquiera de los dos casos, no tendrá capital político, ni tiempo, para ocuparse de los desafíos de largo plazo, de los problemas profundos que hacen al futuro de la Argentina: el estímulo a la inversión productiva de largo aliento y la transformación del sistema educativo necesaria para que nuestros trabajadores puedan aprovechar los frutos del crecimiento.

En suma, el futuro inmediato es el de una sociedad mayoritariamente insatisfecha, que desaprueba el “modo de producción política” oficial, y una crecientemente complicada perspectiva económico-social, que no puede ser abordada con probabilidades de éxito por la inconsistencia de las actuales políticas gubernamentales.

Publicado en La Nación

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